Por Lucía E. Colom, alumna del curso de Narrativas I / Escritura Creativa, Zaragoza
Camino por la calle Alfonso. Como cada martes cuando van a dar las siete y media de la tarde. Tuerzo en la primera bocacalle a la derecha, y me acerco al Pasaje de los Giles. Estoy segura de que muchas personas que viven aquí, “de esos que se hacen llamar de los de toda la vida”, habrán oído hablar de él, pero igual ni siquiera saben donde está. Para vosotros aún no significa nada. Para mí es un lugar especial.
No son mis pasos los que caminan hacia ese local, amarillo y gris, por los mejores y los peores momentos que tiene la vida de escritor. Por las ideas arrolladoras y los proyectos de ideas que aún no tienen luz propia. Hablo de ese lugar en donde emprendes un camino en el que no caminas, solo dejas volar tus pensamientos más profundos y “te atreves a aprender”.
Es ese lugar en el que saldas tu deuda con todo lo que te has atrevido a expresar de forma inconexa en alguna que otra ocasión, mientras soñabas con ser capaz de poner por escrito todo lo que nunca te atreviste a decir, o, quizás, lo que ya se dibujaba sin vuelta atrás en tu cabeza. O, tal vez, ese espacio en donde se materializan pensamientos que ni siquiera eres consciente de que tienes.
Da igual de dónde vengas o a dónde vayas.
Mis pies se detienen ante la cristalera. Los pájaros de mi cabeza revolotean como de costumbre, ansiosos por superarse y avanzar otro pasito en este recorrido vital que para mí es el aprendizaje de lo que más amo. La escritura. Mi mano tiembla, entusiasmada, y abro la puerta tras cuya cristalera puedo ver una recepción abarrotada en la que ya están mis compañeros y mis profesores, esos cuyo talento va más allá de todo lo que conocía y que me ayudan a averiguar qué clase de escritora me gustaría llegar a ser.
Aquí me siento en casa. Es como si cada día trajera una nueva pieza del rompecabezas que poco a poco se arma en mi interior, en mi pluma, para construir una nueva realidad en mi universo paralelo. Es como si cada vez que esa puerta se abre, emergiera un lugar en donde me siento en paz, en donde nadie me juzga por querer aprender siempre un poco más sobre algo, en donde puedo preguntar todo lo que quiera y desafiarme constantemente a mí misma. En donde las neuronas se conectan, y en donde, para mí, vive el significado de la magia.
En este lugar he descubierto que hay algo que me hace diferente, y que es es esa extraña necesidad de contar. Desde ese filtro personal que se enriquece en contacto con otros filtros, entre estas cuatro paredes que se han convertido en un refugio en donde no tengo miedo a equivocarme, y que me ayudan a crecer cada día. Eso es para mí el Estudio de Escritura.
Y tú, que ahora estás leyendo esto y que todavía te preguntas si tienes algo que contar y el coraje suficiente para intentarlo: ¿Te atreves a buscar tu filtro?